El Laberinto de los Hombres Tontos.
Capítulo Ocho.
El Caballero.

Salí de la casa del enano buscando la voz que me llamaba, entonces vi algo que me causó mucha gracia y me olvidé de seguir hacia la voz.
Ahí, cerca de la casa del enano, un caballero como los que alguna vez había visto en los libros de cuentos, todo cubierto por una armadura plateada, estaba de espaldas sobre el suelo manoteando como las tortugas al voltearse caparazón abajo. Aguanté la risa e hice lo mismo que habría hecho con una tortuga... tratar de voltearlo para que pudiera moverse, pero por más que traté, era inútil, era demasiado pesado para mí.
-Ya olvídalo, niño -dijo el caballero con un curioso eco causado por el yelmo-. Creo que debe ser mejor así.
El caballero ahora estaba más tranquilo, al menos ya no se movía como antes.
-¿Sabes? -continuó-. Hace tiempo era tan joven como tú.
-¿Ah, sí? -pregunté dudoso, ¿no era lógico que alguna vez fuera tan joven como yo? Aunque como entonces no sabía mucho de lógica, mi razonamiento no fue tan claro.
-Sí, cuando entré al laberinto yo también era un niño, entonces conocí a ese endemoniado enano, quien creo también fue antes alguien del mundo exterior, y me convenció para que le hiciera favores de todo típo.
''¿Sabes lo que me pedía?
Negué con la cabeza.
-Comida -siguió el caballero-, mucha comida. Creo que estuve trabajando para él por años, y al fin, cuando un día me dí cuenta de que había estando siendo utilizado, le pedí algún pago por todos mis servicios. Y ¿qué obtengo?
El caballero hizo una pausa, creo que para que su discurso sonara más impresionante, aunque el efecto tal vez no fue tan bueno como él esperaba, pues yo seguía con la imagen de la tortuga.
-¡Pues obtengo esta armadura! -dijo al fin-. Al principio parecía una buena idea, así que la acepté con gusto y me la probé. Luego quise salir a dar una vuelta y mostrársela a mis conocidos y ¡zaz! tropiezo y me quedo aquí.
-¿Y nadie lo ha querido ayudar a levantarse, señor? -pregunté algo tímido.
-Han hecho el intento como tú, pero sólo el enano puede levantarme según dijo el genio de las barbas chistosas. Sin embargo, el enano sabe que cuando me levante voy a ponerle una tunda, por eso me ha dejado aquí.
-¿Y no hay otra forma de levantarse?
El caballero pareció dudar un momento.
-Dijo el genio de las barbas que podía quitarme la armadura y seguir mi camino por el laberinto... ¡pero esta es la armadura más linda que he visto y no quiero quitármela antes de que mis amigos me vean!
Me pareció absurdo el punto de vista del caballero, y entonces ví al enano a las puertas de su casa, mirándome fijamente. Sentí más miedo que con la bruja y heché a correr.
Tras correr por un rato me encontré con un grupo de niños como yo, todos brincando y gritando felices en un parque. Decidí entonces que quería unirme a la diversión.