EL LABERINTO DE LOS HOMBRES TONTOS.
Capitulo 13: El reencuentro con las estatuas de arena.
La nueva habitación estaba muy obscura pero pude ver una luz. La seguí y
llegue hasta la salida de la cueva.
Pensé que ya estaba fuera del laberinto pues me encontraba en un bosque.
Pero al ver en el cielo como las nubes dibujaban otros laberintos me di cuenta
de que aún estaba dentro. Tenía hambre, sed y además con todo lo que me había
pasado ese día ni siquiera había tenido tiempo para ir al baño.
-- ¡Oye tú, niño!. – Alguien me habló de pronto. Volteé y vi que eran las
estatuas de arena.
-- ¿Cómo es que llegaron aquí?. – Les pregunté.
-- Vimos como atravesaste el fuego y te imitamos, quién hubiera pensado que
aquellas llamas lejos de quemarnos nos sacarían de ese espantoso lugar. –
Contestaron los tres seres de blanco aspecto.
-- ¿Saben donde puedo encontrar agua y comida?.
-- No tenemos la menor idea pero podemos ayudarte a buscar, es lo menos que
podemos hacer por ti pues te debemos la vida.
Uno de ellos se estiro y observo por encima de los arboles.
-- ¡Allá veo un río y arboles frutales!. – Señalo al fin. Volvió a tomar su
forma original y los cuatro fuimos al sitio señalado. Ahí encontramos un
caudaloso río y toda clase de fruta. Comí y bebí tanto como quise.
Tan lleno quedo mi estomago, que no me pude dar un baño como el que ya me
hacía falta. Además la corriente en el río estaba muy fuerte. Recordé que todo
había empezado en un río.
Tenía tantas ganas de volver a casa que deseé que nadando pudiera llegar al
gran río de mi pueblo. Entonces se oyeron un gran estruendo, al tiempo que todo
empezó a temblar. Tuve miedo pero me tranquilice cuando vi que se trataba del
genio gigante.
-- Tienes que navegar en el río. – Dijo mientras colocaba junto a mi una
pequeña lancha.
-- ¿Podré llegar de una vez a casa?. – Le pregunte.
-- Tienes que navegarlo. – Únicamente contesto. Subimos a la lancha pero el
gigante no quiso que me acompañaran las estatuas. Los hombres blancos
murmuraron algo entre ellos y se bajaron. El gigante colocó mi embarcación en
el río.
-- Sólo deja que te lleve la corriente. – Fue lo último que dijo. De esa
forma navegué en el río. Las estatuas alargaban sus cuerpos para despedirse.
Tanto ellos como el gigante se perdieron a lo lejos. La lancha tenía
provisiones y hasta una muda de ropa.
Lo único que quería era descansar así que dormí un rato. De pronto me
despertaron unas risas. Había oscurecido y ahora eran las estrellas las que
dibujaban los laberintos en el cielo. Volteé para ver de donde provenían las
risas y descubrí que eran los niños que antes habían desaparecido y que
transparentes como fantasmas flotaban sobre las aguas.
Era fantástico verlos volando y patinando en el río. Deseé en ese momento
poder hacer lo mismo que ellos para participar en sus juegos. Más de pronto se
escucho un grito.
-- ¡Auxilio ayúdenme!. – Reconocí esa voz, era la del caballero que antes
había estado tirado en el suelo como una tortuga. Esta vez se encontraba en la
misma posición, pero dentro de una carreta conducida por el enano que
furiosamente latigueaba a sus caballos para que estos corrieran a la orilla del
río.