EL LABERINTO DE LOS HOMBRES TONTOS.

Capitulo onceavo: La antesala de los recuerdos.

Empezó entonces un viento tras de mí. Aún así continuaba aquel calor. El viento fue arreciando hasta provocar una tormenta de arena. Lo peor era que enfrente de mí se levantaron unas incandescentes llamas.

Las llamas rugían y emanaban su infernal calor. Atrás estaba la tormenta de arena y enfrente aquel fuego dantesco. Comprendía que lo mejor era retroceder y enfrentar el viento y la arena. Pero algo me decía que debía seguir.

Aún no sé si fue por valor o por imprudencia pero corrí hasta el fuego. Tras cruzarlo me encontré en medio de una oscuridad que por lo menos era más fresca que el anterior panorama.

No sé porque pero en ese momento recordé mi hogar. El almuerzo con la familia. Los guisos de la nana. Las bromas de mis hermanos y hasta el momento de partir a la escuela. También recordé el pueblo con sus casitas rústicas de madera.

Cerrando los ojos podía ver el enorme río a las afueras del pueblo. Los barcos que transitan por sus aguas. En especial aquel en el que se daba una gran fiesta y que lanzaba fuegos pirotécnicos. Fue la noche en que hicimos una lunada junto al muelle.

Para que nuestros papás nos dieran permiso para eso teníamos que estar acompañados por los muchachos mayores. Pero nosotros nos separamos un poco e hicimos nuestra propia reunión. Podía ver todo tan claro como si estuviera otra vez ahí.

El pelo de Priscila que a la luz de la fogata resplandecía como el oro. La luna formando un enorme circulo en el firmamento. Los fuegos artificiales del barco y la música de la fiesta. Así volví a oír historias del río desbordándose, de sirenas naufragando y de navíos fantasmales.

También platicamos de nuestros deseos por salir un día del pueblo. De viajar a otros lugares. Conocer otros países y a otras personas. Quién decía conocer lo profundo del bosque nos contaba acerca del oso y de la madriguera en la que hibernaban por docenas.

Otro hablaba de la selva, de los pigmeos y de sus casas arriba de los arboles. Alguien más se refirió al mar y a la lucha titánica entre la ballena y el calamar. Como yo no conocía ningún otro lugar invente que había volado en un globo y que había tocado las estrellas.

Como ahora se valía fantasear hubo quién contó que nado hasta las profundidades del río y que conoció una ciudad de cristal. Otro dijo que cavó un hoyo que lo condujo hasta donde la tierra arde y que si no se quemó fue porque aquel fuego es mágico y que no lastima.

Alguien más refirió como un día siguió a los fantasmas hasta un reino donde todo es transparente. Priscila por su parte nos contó cuando ató unas palomas a una canasta para pedirles amablemente que la llevasen a un mundo de caramelo y que así lo hicieron.

De pronto abrí los ojos y vi que estaba en un enorme salón. Las columnas tenían empotrados ídolos cuyos rostros carcomidos presentaban horripilantes muecas. Un ambiente fantasmal lo rodeaba todo.

En una pared vi un símbolo que me llamó la atención. Era un circulo en el que estaban los esqueletos de un dragón y de un unicornio esculpidos en relieve. Yo había visto eso antes. Pero no recordaba donde.