I.
Ashcat siempre había odiado el momento de acercarse a la órbita
de los planetas del Imperio, durante su entrenamiento como piloto de carga
había practicado cómo aterrizar en cualquier terreno, la
realización de maniobras evasivas y de defensa en caso de ataque,
la forma correcta de angular la entrada en distintas atmósferas
y gravedades, y hasta cómo evitar asteroides para no causarle daño
a la nave... pero no había practicado cómo eludir basura
espacial, y si algo era verdad en los planetas del Imperio, era que todos
parecían estar en alguna competencia no declarada para ver cuál
lograba poner más basura en órbita.
Restos de satélites, de naves guerreras y en más de una
ocasión hasta los restos orgánicos (o inorgánicos)
de los caídos en batalla durante la toma del planeta en cuestión,
todo esto y más podía encontrarse flotando alrededor de estos
mundos.
Hacía años, cuando todavía era un niño,
Ashcat había oído de la guerra en el lejano Planeta Azul.
Se hablaba entonces de una gran resistencia organizada por la GAU y de
su fuertes bases en varios puntos de ese sistema solar, e incluso se comentaba
de una posible derrota del Imperio. Esas historias lo habían reconfortado
muchas veces, imaginando el día en que al ser derrotado Asura, su
planeta volviera a ser libre y a llenarse de flores.
No era que la libertad no trajera muchas cosas además de flores,
claro, pero Ashcat siempre había tenido curiosidad de ver alguna
fuera de las imágenes en una pantalla o proyector holográfico.
Decían que eran cosas vivas con muchos colores, que nacían
de la tierra y que tenían fragantes aromas, y describían
un área cubierta de flores como algo hermoso y relajante.
Pero llegaron entonces noticias de la derrota en el Planeta Azul y
la toma de la base selenita, y poco después se supo que el príncipe
Zacek había muerto en la lucha. Al parecer ya no habría flores
para Ashcat, así que decidió convertirse en piloto interestelar
de carga para el Imperio, pues así, visitando varios mundos, tal
vez en alguno encontraría flores. Pero ningún planeta del
Imperio gozaba de tal lujo, y lo más cerca que había estado
de experimentar las flores reales, había sido con el uso de un neuroestimulador
de realidad virtual, ahí, en un mundo artificial, había podido
oler y tocar las flores... pero aunque la ilusión era perfecta,
sentía que sólo se engañaba.
II.
Hacía casi una semana desde que sucediera el escape de varios
trabajadores de las minas del sector 37, y desde que esto había
sucedido, muchos rumores se extendieron por todo el planeta sobre un regreso
de la GAU y los Guerreros Kundalini. Estos rumores, claro, inspiraban miedo
entre la población honrada y trabajadora (esto entre comillas, la
mayoría de las veces), pues si la GAU y sus diabólicos guerreros
volvían a la Tierra, significaba que podría desatarse otra
vez la guerra.
Por todos lados había vigilancia como sólo se había
visto durante la persecución de Guerreros Kundalini al finalizar
la guerra, y ya no sólo guardias metnalitas comunes vigilaban las
24 horas, sino también guerreros de élite del Imperio y varios
mercenarios.
-¡Hey, Hurock! -llamó Galar, mercenario desde los 8 años
nacido en la Tierra, a un "colega".
-¿Eres tú, Galar? -preguntó impresionado el gigante
de 4 metros de alto por 2 de ancho mirando a su conocido con dos ojos mientras
mantenía los otros dos vigilando el perímetro, como acostumbraba
hacerlo siempre.
-¿Y quién más? ¿O esos ojos ya no ven tan
bien como antes?
-Pues a decir verdad me sometí a una nanotecnocirugía
y ahora veo mejor que nunca -dijo Hurock-. Pero dime, ¿qué
haces de vuelta en este planetucho? ¿Viniste a visitar tu casa?
-bromeó el gigante de forma cruel, pues sabía que la casa
de Galar había sido quemada con su familia dentro por un fanático
de la resistencia.
-De hecho vine por dinero del Imperio Metnalita -respondió Galar
sin inmutarse-. Supe de una fuga de posibles Guerreros Kundalini y de la
recompensa que se ofrece por cada uno de ellos. Supongo que tú también
estás aquí por eso, ¿no?
-Supones bien.
-¿Y cuándo llegaste, si puedo preguntar?
-Hace unas horas apenas, en una nave del Imperio.
-Supongo que sería una nave de las que transportan animales,
¿no? Sé que no acostumbras pagar primera clase como yo -dijo
Galar con malicia.
Hurock reprimió su rabia.
-Alquilé una nave de carga sólo para mí -dijo
el gigante-. Mi tamaño me impide tomar transportes para turistas.
-Tal vez sería buena idea que pagaras por una nave de tu tamaño.
-Puede que con lo que cobre en esta misión lo haga.
-No cuentes con eso, la competencia es dura, ¿sabes?
-La cantidad de competidores novatos no significa nada para mí
-sonrió Hurock-. La calidad del buscador es lo importante y nadie
se me compara.
-No hablaba de la cantidad de mercenarios y guardias... obviamente
me refería a competencia de verdad. Al único mercenario que
supera a todos los otros, incluído tú -dijo Galar con seriedad
absoluta.
Hurock entendió lo que Galar quería decir y rió
de una forma un poco forzada.
-Muy bien, Galar -dijo Hurock-, ¿qué tal si seguimos
charlando en una cantina? Dicen que este planeta insignificante ofrece
una gran diversión a quienes pueden pagar por ella.
III.
Ashcat vagaba por las calles de la Tierra esperando que su próxima
carga le fuera confirmada, lo que en promedio le daría un par de
días más. Estaba acostumbrado al ambiente de los planetas
del Imperio, pero no dejaba de molestarle la insistencia de los comerciantes
de distintos placeres. No podía dar un paso sin que alguien le ofreciera
apuestas, sexo, drogas, o cosas más exóticas como unirse
a una cacería (en la que la presa solía ser un esclavo) o
el degustar algo de carne humana (otra vez usando generalmente esclavos).
Incluso había muchas variantes que combinaban varios de estos placeres
(como cazar al esclavo que luego se degustaba sazonado con algún
alucinógeno), pero nada de esto le llamaba la atención.
El ignorar a los comerciantes solía funcionar, aunque algunos
eran muy insistentes y con esos sólo una mirada intimidante y una
frase como "Largo o te mato" surtía efecto, aunque en ocasiones
este recurso podía tener como consecuencia una pelea en la que alguien
terminaba muerto.
Al fin, Ashcat se detuvo en un puesto ambulante para comprar una bebida
baja en alcohol (y ya que la mayoría de las bebidas tenían
alcohol debido a las cualidades tan saludables que el Imperio había
encontrado en él y comprobado científicamente, sobre todo
en grandes cantidades, esto solía ser algo difícil). Pagó
por la bebida de olor fuerte, color verde y sabor a hígado puesto
en formol, y al darse media vuelta para seguir su camino dos tipos lo tomaron
uno de cada brazo apuntándole en las costillas con armas láser
y a paso veloz lo condujeron hasta un callejón cercano. No era porque
temieran que un representante de la ley los sorprendiera, claro, sino porque
en ocasiones otros asaltantes se unían al atraco y querían
su parte o, en el peor de los casos, dos o más aprovechados rodeaban
a los asaltantes y terminaban robándolos junto con la víctima
original.
Ya en el callejón, los asaltantes se solazaron golpeando a Ashcat
hasta dejarlo tendido en el suelo, y sólo entonces procedieron a
pedirle que les entregara cuanto traía. Pero tan lastimado como
estaba, Ashcat apenas podía moverse, por lo que los asaltantes decidieron
que la víctima estaba resistiéndose y uno de ellos le disparó,
luego revisaron sus ropas y se llevaron todo lo que consideraron de valor.
Según ellos, Ashcat estaba muerto, pero Ashcat opinaba otra cosa
y con gran esfuerzo se arrastró fuera del callejón dejando
un rastro de sangre amarilla en el camino (dado que la piel de su raza
era rojo carmesí, la naturaleza debió pensar que la sangre
amarilla era una buena opción para evitar confusiones).
-Por favor... -dijo Ashcat con voz débil a los traunsentes-.
Ayúdenme...
Por supuesto, otra cosa que Ashcat sabía de los planetas del
Imperio era que nadie ayudaba a otros. El hacerlo siempre robaba tiempo,
muchas veces dinero y en ocasiones le causaba problemas adicionales al
buen samaritano, así que como regla, lo más que un moribundo
podía esperar era que llegaran a recoger su cadáver antes
de 48 horas. Claro que se sabía de afortunados que habían
sobrevivido lo suficiente y habían sido salvados por la tecnología
médica, pero Ashcat no se sentía tan optimista como para
aguantar ni una hora más.
Entonces sintió que alguien lo jalaba de los pies de vuelta
al interior del callejón y mientras cerraba los ojos pensó
que habían regresado para rematarlo, aunque el pensamiento no significó
gran cosa, de alguna manera extraña le era indiferente el morir
en ese momento pero sentía mucho el nunca haber conocido sus añoradas
flores.
-¿Qué vamos a hacer con él, Josh? -escuchó
Ashcat una voz muy joven.
-No podemos dejarlo morir aquí -dijo otra voz-. Voy a tratar
de curarlo.
Ashcat abrió los ojos al oír esto, más por la
sorpresa que por alguna mejoría, y vió frente a él
a dos chicos humanos, uno de ellos con una capa blanca y roja en los hombros
y con las manos puestas sobre la herida mientras parecía estar concentrándose.
-Josh, mira, ya abrió los ojos -dijo el otro muchacho con voz
nerviosa, pero no recibió respuesta.
Ashcat comenzó a sentirse mejor, pero entonces Josh dejó
de hacer lo que fuera que le estuviera haciendo y retiró las manos.
-Uuuuf... El daño es mucho y no tengo mucha energía,
sólo he podido cerrar un poco la herida, pero todavía está
abierta -dijo Josh con voz cansada.
-Dejémoslo aquí, Josh, seguro con lo que hiciste aguantará
hasta que alguien lo encuentre y lo lleven al hospital -dijo el muchacho
que cada vez se veía más nervioso.
-No, Uther... No debemos dejarlo. Encuentra a Evita y dile que se olvide
de la comida, que tenemos una emergencia y hay que volver al refugio, yo
cargaré a nuestro paciente hasta allá.
-¡No creo que debamos hacerlo, Josh! -chilló Uther.
-No te preocupes, todo saldrá bien -dijo Josh mientras levantaba
al herido y se lo ponía en los hombros.
IV.
Sobre el tronco encorvado de un árbol, en medio de un jardín
de un verdor omnipresente, moteado por flores de diversos colores y formas
y musicalizado con la risa juguetona de un arroyo, una mujer de mirada
triste dejaba que el viento jugara con sus cabellos rojizos. Tenía
en sus ropas el emblema de la casa real Zuyua y por su expresión
parecía que estuviera en otro lugar.
-Liz-Ek -la llamó una voz conocida.
-Vete, Cord... -dijo la princesa-. Sé que otra vez te enviaron
a convencerme.
El gnomulón se acercó a la mujer y se sentó sobre
el césped húmedo a pocos pasos de ella.
-¿Cuándo entenderán que ya no pertenezco a la
GAU ni me interesa continuar la guerra? -dijo Liz.
-A mí tampoco me gusta pelear, pero sé que es nuestro
deber luchar por un universo positivo -dijo el gnomulón.
-¿Luchar? -dijo la princesa con la voz ensombrecida-. ¿Luchar
para qué, Cord? ¡Ni KarmaTrón pudo contra el Imperio!
¡Todo se perdió hace años cuando... -y una vez más,
sus ojos se humedecieron por el recuerdo.
-¿Cuando el príncipe Zacek murió? -se aventuró
a preguntar el gnomulón.
Liz-Ek secó sus lágrimas con ambas manos.
-Nunca ganaremos esta guerra, Cord -dijo la princesa-. ¿Cuánta
sangre y dolor falta para que la GAU se de cuenta de que sólo se
alarga lo inevitable?
-Tú realmente no piensas eso, Liz... No eres así. Recuerdo
cuando sonreías y veías todo en Silencio.
-Entonces era una tonta. Creía estar en un estado de paz perpetua,
pero era una ilusión. Todo se derrumba, y por más que se
luche ya no se logrará nada. La mayoría ha preferido el negativismo,
así que nada podemos hacer nosotros ya, no importa si seguimos soñando
lo contrario.
Cord miró hacia el arroyo con algo de pesar.
-¿Y si hubiera otro portador de la armadura de esta dimensión?
-preguntó el gnomulón tratando de sonar casual.
-Nunca será así -dijo Liz.
-Pues parece que ya fue... Alguien en el Planeta Azul. ¿Katnatek
no te lo dijo?
-Hace mucho que no lo veo -respondió la princesa-. ¿Y
se ha comprobado algo de ese rumor? -continuó después de
un momento de silencio.
-No creo que sea un rumor, la esperanza ha vuelto -sonrió tímidamente
el gnomulón.
Liz-Ek bajó del tronco y miró al cielo reprimiendo un
suspiro profundo.
-Tu esperanza y la de ellos, Cord, no la mía. Dale mis saludos
a los miembros de la GAU y a los Guerreros Kundalini -y tras esto, se dirigió
a su habitación en el interior de su palacio. Ahí, frente
a la cama, descanzaban sus brazaletes de poder dentro de una caja de un
material transparente como el cristal pero infinitamente más resistente.
Se detuvo frente a esta caja un momento y mirando a los brazaletes susurró:
-Esperanza... La perdí cuando te fuiste, Zacek... Y ahora me es
tan difícil creer otra vez... Un nuevo KarmaTrón... ¿Por
qué no pudiste ser tú siempre? -y las lágrimas que
más o menos había logrado controlar frente a Cord comenzaron
a deslizarse libres-. Ahora estás con el Gran Espíritu, pero
yo estoy sola en un universo en guerra... ¿por qué tuvo qué
ser así? ¿Por qué?
V.
Galar siempre había tenido confianza en su intuición,
y aunque al seguir los rastros de sus perseguidos solía usar la
lógica, nunca ignoraba el llamado de la intuición cuando
lo escuchaba. Gracias a esto, pensaba, era que se había hecho de
tanto éxito en su trabajo y no sólo eso, sino que había
sobrevivido con todos sus miembros en su lugar.
Las pistas que tenían de los fugitivos de la mina eran vagas,
y los rumores eran muchos. Seguramente la lógica podría dar
con la ubicación de las presas en algún momento, pero también
era seguro que esto tardaría, así que la intuición
se convertiría ahora en una ayuda bien recibida.
Comenzó a caminar por la ciudad más cercana a la mina,
sin rumbo definido, sólo esperando el llamado que lo conduciría
hacia el lugar indicado. De hecho, ni siquiera estaba considerando los
datos que hasta el momento tenía, pues no quería distraerse.
Llegó a una de las zonas antiguas de la ciudad, y caminando
entre edificios en ruinas desde la derrota de la GAU, notó que había
otros que como él buscaban a los fugitivos en esos edificios. Se
detuvo y sonrió ante la competencia que tenía, luego miró
a sus pies y sin perder la sonrisa abrió un hueco en el suelo con
un minicañón de protones para después saltar dentro
de él. Ahora estaba en un sistema de drenaje abandonado. Se colocó
su infravisor para ver en la obscuridad y su purificador de aire en la
nariz para evitarse la molestia del olor impregnado en el lugar, luego
comenzó a explorar y se encontró con que también ahí
había competidores.
-Estúpida mente de colmena -pensó el mercenario algo
molesto y terminó por sentarse a descansar un rato mientras oía
a los otros andar de un lado a otro en busca de los fugitivos. Entonces
vió pasar una rata y entrar en un agujero en la pared frente a él.
Activó su guantelete de impacto sonoro y lo ajustó a una
frecuencia especial en la que podría derribar ese muro sin hacer
ruido de más.
Al pasar por el agujero vió un viejo pasaje que iba en dirección
descendente y comenzó a caminar por él hasta que se encontró
con bifurcaciones y cruces de camino. Volvió sobre sus pasos y con
un pequeño proyector cubrió el hueco que había hecho
en la pared con un holograma, lo que le daría más tiempo
antres de verse importunado por la competencia, luego volvió hasta
la primera división de camino y ajustó su visor para buscar
algo que aún no sabía qué era. Entonces pudo ver huellas
que eran recientes y no eran las suyas.
-Probablemente esto sea un punto para la intuición -pensó,
y comenzó a seguir el rastro.
VI.
Ashcat despertó luego de un sueño extraño en el
que se encontraba con figuras luminosas y difusas que le decían
que el código era 398769USHA93-1. El código se le había
grabado aunque normalmente poco era lo que recordaba de sus sueños,
pero seguramente en algunos minutos u horas olvidaría ese código.
-¿Se siente bien? -preguntó una niña delgada y
con cabello negro.
-Sí... eso creo -respondió Ashcat notando que se encontraba
en una especie de sótano iluminado por una vara de luz color azul,
estaba recostado sobre un pedazo sucio de tela y la niña estaba
de rodillas a un lado de él-. ¿Esta es tu casa? -preguntó
tras inspeccionar el lugar, curioso por saber dónde estaba y esperando
que no se tratara de algún lugar donde no le hubiera gustado terminar.
-No. Sólo es un refugio -dijo la niña-. Me alegra que
ya se sienta mejor, era una herida grave y a Josh y a mí nos dió
mucho trabajo curarla -sonrió satisfecha.
Ashcat recordó entonces lo que le había pasado y miró
el lugar donde le habían disparado. Había una cicatriz bastante
grande en su abdomen, pero se sentía bien.
-Perdón por la cicatriz -dijo la niña- pero ya casi no
nos quedaba energía.
-No sabía que hubiera humanos con este tipo de poderes -dijo
Ashcat-. Había escuchado que algunos Rogulanos podían regenerar
a otros, pero nunca oí de humanos que lo hicieran. ¿Usaste
nanorobots o algo así?
-No. Sólo mis manos.
-Pues gracias -dijo Ashcat sentándose-. Sólo que tendrás
que esperar a que regrese a la base y pida un préstamo para que
te pague, pues los asaltantes se llevaron todo.
-No lo hicimos por dinero -dijo la niña.
-Ah... -dijo Ashcat tratando de descifrar el problema en el que sospechaba
se había metido ahora-. ¿Entonces qué es lo que te
debo? -preguntó esperando una respuesta como: "Sólo tus ojos"
o "Ahora eres mi esclavo".
-¡Nada!
-¿Nada?
-No. No lo hicimos esperando recompensas.
Todo era cada vez más raro.
-Bien... de cualquier forma te debo la vida y a tus amigos también,
así que si algún día puedo hacer algo por ustedes
búsquenme. Mi nombre es Ashcat Ghes y soy piloto de naves de carga,
pregunten por mí en la base de transportes del Imperio, en cualquiera
de ellas, y les facilitarán alguna forma de comunicación
conmigo. Sólo dame tu nombre para saber cuando seas tú quien
me llama.
-Me llamo Evita -sonrió la niña.
-Bueno -dijo Ashcat poniéndose de pie-, ahora debo irme.
-Oye -dijo Evita-, ¿las naves de carga son de las que salen
del planeta?
-Sí, al menos como las que yo piloteo. Transportamos cosas de
un planeta a otro.
-Entonces creo que sí podrías ayudarnos en algo. Si quieres
hacerlo, claro.
-¿Se trata de llevar o traer algo? Claro que puedo, es lo menos
que te debo.
-¿Podrías ayudarnos a salir de la Tierra? Es muy importante
que encontremos nuestra verdadera casa -dijo la niña.
VII.
Galar había descendido casi 200 metros hacia el interior de
la Tierra, según marcaba su equipo. Escuchó varias voces
discutiendo acaloradamente y activó su traje mimético para
poder acercarse sin ser visto. Entró en una galería y no
pudo evitar una gran sonrisa de satisfacción al ir identificando
a cada uno de los presentes como alguno de los mineros fugitivos.
La discusión se centraba en si dejar irse o no a un tipo de
color rojo carmesí que no estaba identificado en la base de datos
del mercenario. El tipo rojo, por otro lado, trataba de convencer a los
fugitivos de que no hablaría de su escondite y de que haría
lo posible por ayudarlos en cualquier forma, menos en la que una tal Evita
le había pedido, pues le era imposible.
Con toda tranquilidad, Galar colocó un par de pequeños
cubos de redes expansivas en la entrada a la galería por si alguien
trataba de salir por ahí, luego sacó su útil pistola
aturdidora y preparó su pistola y navaja láser por si las
cosas se ponían difíciles y era necesaria algo de sangre,
aunque esperaba que no fuera así, pues según veía,
la mayoría eran niños. Que el Imperio cargara con sus muertes
si tal era la decisión, no él, después de todo la
paga era igual si los entregaba vivos o muertos. Con paso tranquilo, confiando
en su mimetismo, se acercó al grupo de la discusión y comenzó
a disparar con su arma aturdidora, causando en las víctimas una
corta convulsión y una pérdida inmediata del sentido.
-¡¿Qué pasa?! -comenzaron a oírse los gritos-.
¡Nos encontraron! ¡Corran, nos van a matar!
En efecto, uno de los fugitivos trató de salir del lugar, pero
al pasar sobre los cubos, uno de ellos se activó y con una ligera
explosión liberó una substancia pegajosa que cubrió
al muchacho y le prohibió cualquier movimiento, de hecho, apenas
lo dejaba respirar.
Galar estaba riendo feliz al imaginar una recompensa tan grande por
un trabajo tan fácil.
-¡Basta! ¡Quien seas detente! -gritó Josh tratando
de ver algo mientras sus compañeros seguían cayendo.
Galar ignoró al muchacho y le apuntó a una de las niñas,
entonces se encontró con la mirada de esta y bajó su arma
para después hacerse visible. Los dos se quedaron mirándose
fijamente, como si el tiempo se hubiera detenido.
-¿Qué es esto? -se preguntaba el mercenario sin poder
apartar su vista de esos ojos-. ¿Qué pasa?
De pronto el mercenario ya no estaba en esa galería subterránea,
ni había a su alrededor varios fugitivos paralizados, ni siquiera
traía ya su traje ni su equipo. Estaba en medio de un prado y el
viento golpeaba su rostro mientras miraba a varias jóvenes vestidas
con amplias faldas en un día de campo.
-¿Qué me pasa?
Caminaba hacia ellas decidido a hacer algo que había planeado
por mucho tiempo.
-¿Por qué veo esto? ¿Este soy yo?
Su corazón latía apresurado y entonces se escuchó
pidiéndole a una de las damas que lo acompañara mientras
las otras reían con algo de juguetona malicia.
-¿Qué me pasa? ¿Por qué veo estas cosas?
No quiero ver esto... no debo...
Llevó a la joven a varios metros de sus compañeras y
trató de hablar, pero entonces otra joven llegó corriendo
y lo interrumpió con sus juegos y risa, y en poco tiempo los tres
estaban riendo.
-¿Qué significa?
Y al ver los ojos de la recién llegada, reconoció a su
hermana.
-No, esto es... es una ilusión... debo salir de esto...
Las imágenes comenzaron a volverse confusas. Frente a él
veía a su hermana y un momento después a la chiquilla ante
la que se había vuelto visible sin saber siquiera por qué
lo había hecho.
-Por favor... ya basta... -dijo sin saber si era él. Entonces
Evita se hizo a un lado y Galar cayó de rodillas como si todas las
fuerzas lo hubieran abandonado-. Ya basta... ya basta... ya... basta...
basta... ya...
El mercenario sintió que alguien tomaba sus brazos y los ataba
con algo, pero nada podía hacer contra eso, sólo segía
repitiendo "ya basta".
-Muy bien, Evita, lo que sea que hiciste estuvo perfecto -dijo Josh
mientras apretaba más los nudos que había hecho en los pies
y manos del mercenario con una sábana.
-No hice nada -dijo Evita.
-Increíble -dijo Ashcat-. Lo detuvo con una mirada sin siquiera
saber que estaba ahí. ¿Qué son ustedes?
-La pregunta es quién eres tú -acusó Rudolph,
uno de los mayores del grupo fugitivo con 23 años cumplidos-. Estoy
seguro que de alguna forma hiciste que nos encontraran.
-Basta, Rudolph -dijo Josh-. No creo que haya sido por él.
-Nos han encontrado, ahora deberemos buscar un nuevo refugio -señaló
Evita.
-¿Por qué los buscan? -preguntó Ashcat.
Una pequeña explosión hizo voltear a todos antes de que
alguien respondiera, y en la entrada a la galería vieron a una enorme
figura acompañada de otras tres menos monumentales, la cosa más
grande se estaba quitando la red expansiva con una gran facilidad, como
si la substancia no pudiera adherirse a su piel.
-Tengan cuidado, perece que derrotaron a Galar estos pequeños
diabólicos -dijo el gigante con cuatro ojos.
-Sí, Hurock. No nos tomarán desprevenidos -dijo uno de
los otros mercenarios.
-Por órdenes del Emperador Asura, ustedes deben ser entregados
para que se les juzgue por escapar de unas minas -dijo Hurock-. Hay un
precio por cada una de sus cabezas, ya sea vivas o muertas. Les doy la
oportunidad de entregarse o de otra forma nos veremos en la penosa necesidad
de dispararles -sonrió sardónicamente.
En ese momento, Josh desapareció y las armas que apuntaban hacia
los fugitivos desaparecieron de las manos de sus dueños, luego Josh
reapareció con varias armas láser en los brazos.
-¡Cuidado! ¡Tienen poderes! -gruñó Hurock,
pero apenas lo había terminado de decir, los tres compañeros
que llevaba cayeron inconscientes por descargas de energía pránica.
De hecho hubo una de estas descargas para el mismo Hurock, pero aparentemente
no le hizo ningún daño-. Pequeños idiotas, me han
hecho enojar...
Josh volvió a desaparecer para reaparecer atrapado por el cuello
en la mano de Hurock.
-Niño imbécil, mis ojos son más veloces que tú,
sólo que la primera vez me tomaste desprevenido... casi logras escapar
a mi agarre, pero ahora estás perdido -dijo el gigante aumentando
la presión hasta dejar inconsciente a Josh.
-¡Josh! -exclamó Evita.
-Entréguense ahora o este será el primero en morir -amenazó
Hurock-. Sólo falta un poquito de presión para que su cuello
reviente.
VIII.
Hurock usó una cadena de material irrompible para asegurar a
sus prisioneros, y luego procedió a llamar a la guardia Imperial
para anunciarles que tenía a los fugitivos. Josh todavia estaba
inconsciente, igual que varios de los afectados por el aturdidor de Galar.
-¿Estás bien, Evita? -preguntó Ashcat.
-Sí -dijo la niña.
-¡Cállense, animales! -gritó Hurock-. No tienen
permiso de hablar.
En ese momento, Galar cortó sus ataduras con su navaja láser.
-Bienvenido de vuelta, Galar -saludó el gigante-. Veo que el
efecto de los poderes de estas bestias ya pasó.
-¿Qué haces con mis prisioneros? -preguntó Galar.
-¿Tus prisioneros? Parecía que eras tú el prisionero
de ellos y no a la inversa -sonrió Hurock.
-Todo estaba bajo control.
-Lo está ahora. Siento que te quedaras sin recompensa pero es
lo justo.
-Me seguiste.
-¿Qué te hace pensar eso?
-No pudiste haber llegado aquí de otra forma -dijo Galar mirando
de reojo a Evita.
-Está bien, me declaro culpable, pero tú sabes que en
este negocio todo se vale y bueno, tienes ese don para siempre encontrar
lo que buscas, así que ¿por qué no compartirlo de
vez en cuando con los amigos? -rió Hurock.
-Pudiste ver el hueco en la pared, ¿no?
-Sí. Mis ojos pueden hacer cosas que nunca antes hubiera imaginado.
-Y supongo que llamaste ya a la guardia imperial.
-Lo hice. Pero no te sientas mal, te daré un 5% de la ganancia
total por haber sido mi guía hasta aquí.
-No me gusta la sensación de ser derrotado, ¿sabes? -dijo
Galar pensativo mientras se acercaba al gigante-. Pero supongo que esta
vez nada puedo hacer al respecto, ¿correcto?
-Correcto.
-Aún así, preferiría al menos un 10%, sabes que
sin mí no hubieras podido llegar hasta aquí.
-Mmmm... está bien, lo tienes, Galar. ¿Para qué
son los amigos?
-La próxima vez vigilaré mejor mis espaldas -rió
Galar dándole una palmada a Hurock-. ¿Y esos perdedores que
te acompañan? -señaló a los tres mercenarios inconscientes.
-Sólo idiotas que traje para que admiraran la habilidad de los
verdaderos profesionales.
Galar se acercó al trío que yacía en el suelo,
se agachó como si fuera a revisar algo y de pronto se cubrió
con uno de los cuerpos, al momento que una explosión cimbraba todo
el lugar.
-¿Por qué...? -dijo Hurock con medio cuerpo en pedazos-.
¿Por qué...?
-Las presas son mías, amigo. Disculpa la pequeña bomba,
pero sé que te regenerarás en menos de 48 horas -sonrió
el mercenario humano.
-Cuando te vuelva a ver te mataré por esto...
-Yo no te maté, así que agradecería la misma cortesía
de tu parte... en el remoto caso en que llegues a encontrarme desprevenido.
Entonces Hurock perdió el sentido y una especie de enorme capullo
comenzó a formarse velozmente sobre él.
Galar se acercó entonces a los prisioneros y les arrojó
una llave maestra.
-Quítense las cadenas -dijo ante la sorpresa de todos los concientes.
-¿Por qué haces esto? Pensé que tú también
querías entregar a estos muchachos -observó Ashcat.
Galar no respondió, en vez de eso se acercó a Evita y
retiró sus cadenas con otra llave. La tomó de la mano y se
apartó con ella a una esquina de la habitación.
-Por favor, explícame lo que me hiciste -dijo el mercenario
tratando de no ser escuchado.
-No hice nada -respondió la niña.
-¿Entonces qué fue lo que ví? ¿Lo que sentí?
¡Responde!
-Tal vez un pedazo de tí que habías olvidado.
Galar soltó a la niña, se quitó su traje mimético
y se lo arrojó a los pies.
-Con ese traje podrás escapar de aquí, aunque temo que
tus amigos serán recapturados. Sólo presiona el botón
en la manga derecha y no serás vista mientras dure la batería...
tendrás energía para unas 3 horas -explicó Galar con
una expresión extraña y después fue hacia la salida.
-¿Por qué haces esto, mercenario? -preguntó otra
vez Ashcat-. No lo entiendo.
-Tampoco yo -dijo Galar-. Así que deja de preguntarme antes
de que decida que estoy haciendo una estupidez. Y por favor, que ninguno
de ustedes vuelva a aparecer frente a mí, porque para entonces puede
que esto que siento haya pasado.
Galar salió del lugar y al pasar junto al muchacho cubierto
por la red le arrojó la substancia contenida en una pequeña
cápsula y la red comenzó a disolverse.
IX.
Un poco de energía pránica sirvió para reanimar
a los que seguían sin sentido, y una vez hecho esto, Josh llevó
uno a uno de sus compañeros fuera del refugio usando su velocidad.
La gurdia imperial no vio a los fugitivos al cruzarse con ellos.
Aunque Evita no tuvo la necesidad de usar el traje de Galar, lo conservó.
Tal vez podría servir de algo.
-¿Y ahora a dónde irán? -preguntó Ashcat
a los muchachos.
-No lo sabemos todavía -respondió Josh- pero ya encontraremos
algún nuevo refugio. El Gran Espíritu nos guiará como
la primera vez.
-Esperen -dijo Ashcat-. ¿Ustedes creen que si los ayudo a salir
de este planeta podremos encontrar en verdad algo distinto a lo que ofrece
el Imperio?
Evita y Josh se miraron uno al otro.
-Hay algo distinto, muy distinto allá afuera -dijo Evita.
-¿Y podríamos llegar con energía limitada? -preguntó
Ashcat.
-No lo sé -dijo Evita.
Todos miraban al piloto con cierta esperanza.
-Les debo la vida... supongo que sólo por eso debería
ayudarlos -comenzó a decir Ashcat-. Pero díganme algo, ¿habrá
flores a dónde vamos?
-No lo sé -dijo Josh-, pero todo es posible.
Y así, Ashcat decidió que terminaría robando una
nave... después de todo, tal vez este fuera el camino a su sueño,
aunque bien podría ser que todo por lo que había pasado lo
hubiera vuelto loco o sólo estuviera soñando mientras se
desangraba en ese callejón. Como fuera, una cosa era segura: Estaba
comenzando algo.